viernes, 10 de mayo de 2013

"Libros, hipocresías y lecturas" por Ernesto Rodríguez Abad.

¡Una vez más, recomendamos la lectura de nuestro silense más comprometido!

Publicado el 4 de mayo de 2013 en su Blog.

Leer no es aprender a vivir, es aprender a soñar, como dijo José Carlos Mainer. Es una experiencia maravillosa poder abrir la tapa de un libro y navegar entre las páginas.
Tenemos dos opciones cuando un libro aparece a nuestro lado: no tocarlo o abrirlo. Si no leemos no pasa nada, lo  peligroso sucede cuando leemos, entonces pasan muchas cosas. Muchos sueños se aglomeran en nuestra mente, muchos mundos se descubren, muchas ideas se fraguan. Si leemos empezamos a transitar por un espacio de libertad.
En ese mundo nos encontramos con Alonso Quijano, Ana Karenina, Madame Bovary, José Arcadio Buendía, Max Estrella… En ese espacio se quedan prendidos, con alfileres de plata, versos eternos, palabras, pensamientos.
El libro es un lugar donde encontrarnos.
Los responsables de la política educativa y cultural de nuestras islas y de nuestro país proponen lecturas, promulgan normativas de animación lectora. Los alumnos se ven obligados a leer una hora o tienen que dar cuenta de lo leído como si de una materia del currículo escolar se tratase.
La lectura no es materia solo de la escuela. ¿De qué valen las leyes si en la sociedad no se refleja la lectura como un hecho normal, cotidiano? Los ministerios, las consejerías deberían preocuparse por cambiar hábitos, por propiciar que todo ciudadano descubra el placer de leer. La instituciones deben aprender que el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo.
No podemos quedarnos tranquilos con una orden, con una ley sobre la obligatoriedad de leer. El error radica en la imposición. La afición a la lectura no tiene por qué crearse en la escuela, es un asunto social. Lo que deben propiciar los responsables de la cultura es que el libro se valore socialmente. Son los hábitos de una comunidad lo que hay que cambiar, no parchear proyectos educativos y culturales. Confundimos cultura y entretenimiento, convertimos ferias de libros y bibliotecas en comercio y lugares para pasar el tiempo.
Deberían ser estos los lugares en los que descubrimos nuestros sueños, nuestras vidas.
Paraísos para la reflexión y el placer.
Ir a metas más altas deben ser los parámetros para nuestros políticos. Tratar de llevarnos hacia mundos de ensueño y libertad.
Planteamos que el acceso de los niños a la cultura escrita es a una determinada edad, cuando ya están escolarizados. No ponemos a los pequeños en contacto con el libro, ni con el texto oral, pero permitimos que con cuatro o cinco años ya tengan un nivel en el manejo de la televisión parecido al de cualquier especialista en intrincados asuntos.
Si el libro tuviese la misma oportunidad social, si los niños y niñas tuviesen el mismo contacto con las bibliotecas, las letras y las palabras serían ávidos lectores, capaces de elegir por si mismos sus lecturas, entrar a librerías y bibliotecas para escoger la obra que deseen leer.
Pero nuestras ferias de libros no atraen a lectores, no embrujan ni cautivan. Debemos luchar por espacios para el placer de descubrir la lectura, para encontrarnos con las ideas, con el pensamiento, con la libertad.
Para enorgullecernos de ser lectores, de pensar, de elegir, de luchar… Como decía Jorge Luis Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.

Para leer más de Ernesto Rodríguez Abad en www.ernestorodriguezabad.com

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