Siempre se ha
considerado el suicidio como una vergüenza, como una amenaza contra la moral
imperante o como una especie de degeneración de la capacidad humana para
preservar la vida y para conservar las reglas de relaciones sociales. Los
suicidas eran apartados de los lugares sagrados, se les enterraba fuera del
camposanto y no recibían honras fúnebres. Era una vergüenza ante la sociedad y
se evitaba hablar de este hecho. Pero quizá no han cambiado mucho las
mentalidades. El suicidio no se afronta claramente, no es noticia o no conviene
convertirlo en titular de la prensa. Razones para quitarse la vida siempre ha
habido. Cada persona tiene el derecho de decidir qué quiere hacer con su vida.
El suicidio
siempre experimenta un incremento en las épocas de recesiones económicas, tanto
en América como en Europa. Cuando se relacionan las palabras ‘suicidio’ y
‘crisis’ se agolpan en nuestra mente retazos de películas, escenas teatrales,
capítulos de novelas o desgarradores retazos de la vida. Banqueros que al
perder ingentes sumas de dinero decidían acabar con su existencia durante el
Crack del año 29, padres de familia desesperados arrojándole al vacío desde un
edificio, mujeres sin sonrisa agobiadas por las deudas… Ahora ya no hay que ir
tan lejos para hacer memoria. No hay que ir al cine o abrir un libro. Están
ahí, frente a nosotros, no en una pantalla o en papel. En un estudio publicado
por la revista British Medical Journal , investigadores de la Universidad de
Liverpool, la Universidad
de Cambridge y la
Escuela Londinense de Higiene y Medicina Tropical han
analizado la situación del ser humano en occidente, teniendo en cuenta la Base de Datos Nacional
Sanitaria y las estadísticas de desempleo de la Oficina de Estadísticas
Nacionales entre los años 2000
a 2011, y han obtenido un resultado verdaderamente
alarmante y desalentador, el número de suicidas ha sufrido un preocupante
incremento en nuestra sociedad.
Y nuestro ya
anciano 2012 no ha sido más alentador. Entre el maremágnum de noticias sobre
asaltos verbales entre políticos, subidas y bajadas de la bolsa, recesiones,
recortes y sangrías, tímidamente se comenta el suicidio de un desesperado.
Y queda ahí,
como un ser anónimo que se ha vuelto loco. Nadie habla, nadie piensa en el
drama humano que hay detrás del rostro cansado de un hombre, de la mirada de
desconsuelo de una mujer. La especialista en política y finanzas, Susan George,
argumenta que vivimos en un sociedad deshumanizada. Ella denuncia que la actual
política de austeridad, en particular en Grecia y España, es inaceptable. Es
inaceptable también que la mitad de jóvenes españoles no tenga trabajo. ¿Para
quién se gobierna?, nos insiste la pensadora norteamericana. Porque esa es la
gran cuestión en democracia.
Las
constituciones subrayan que el pueblo es soberano. Es entonces para el pueblo
para quien se debe gobernar, no para los poderes económicos. Por esta razón se
comprende que tenga más importancia en las noticias todo lo relativo con la
economía que con el ser humano.
Si se gobernase
pensando en las personas se tendría que hablar y debatir, no pelear, sobre esa
herida abierta en la piel de una nación que son los suicidios de aquellos que
ya no pueden más con la carga de una sociedad que agobia, que ya no soportan
unos poderes que amenazan, que no resisten unos impuestos que saquean. Una
política que sólo piensa en ser fuertes económicamente no tiene en cuenta los
sentimientos, las emociones, lo que nos hace humanos. Si nos convertimos en
personas fuertes, imaginativas, con apertura de miras, con integridad, repletas
de ilusiones seremos también capaces de construir un futuro.
No podemos
continuar cerrando los ojos cuando alguien sufre, no podemos seguir dejando que
alguien a nuestro lado sea engullido por la maquinaria financiera. No podemos
cerrar esta historia como El canto a Teresa de José de Espronceda:
“Truéquese en
risa mi dolor profundo. . .
Que haya un
cadáver más ¿qué importa al mundo?”
Ernesto
Rodriguez Abad
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