Víctor Moreno
Escritor y profesor
Modesta
proposición
El autor alude a
las ya famosas tres palabras que la diputada del PP Andrea Fabra lanzó desde su
escaño en el Congreso -«¡que se jodan!»- para señalar que su exabrupto no es
sino el reflejo de una «chulería cultivada desde la infancia». A este respecto,
recuerda que «históricamente hablando, la derecha lo único que ha estado
haciendo con la clase obrera, parada o no, es joderla, por activa y por pasiva»
y, aunque considera que por esa misma trayectoria una persona así tiene cabida
en el PP, muestra su extrañeza porque la Iglesia católica aún no la haya
excomulgado por mostrar una actitud tan «antievangélica». Dicho esto, Moreno
hace una curiosa y original propuesta.
Hay que ser muy
sádico para desear a los demás lo que no quieres para ti, que es el fondo ideológico
cabrón de quien se exalta y se lo pasa bomba imaginando lo mal que vivirán
millones de personas sin un euro en el bolsillo en los próximos años. Desear
verbalmente el mal a los demás es el comienzo de cualquier crimen. Y
manifestarlo con alegría y con vehemencia, además de reflejar un odio más o
menos soterrado e irredento, es reflejo de una chulería cultivada desde la
infancia en los reductos nunca desaparecidos del franquismo o de la
autosuficiencia económica.
El exultante
«¡que se jodan!» de la nínfula Fabra, más que un exabrupto tradicional y de las
jons, es el reflejo atávico del estado mental que la derecha ha sentido y
mostrado por la izquierda más o menos lumpen y de ribazo.
Claro que, dado
que la condición natural del ser humano es estar siempre jodido, insatisfecho e
infeliz, deseárselo al parado, sea por activa o por pasiva, se convierte en un
acto redundante. Porque esta diputada, antes de que su gobierno anunciara al
mundo la conversión del estado de derecho en estado de desecho, ya tenía
formada en su cerebro la idea gloriosamente respetuosa hacia las clases menos
favorecidas de este mundo.
Lo suyo no fue
un acto de habla inconsciente, espontáneo e irreflexivo. En modo alguno
necesitaba la retahíla de Rajoy para aclarar cuál era su rijoso sentimiento
acerca de los obreros y de los parados. Pensó siempre así y así seguirá
pensando, a pesar de que haya pedido perdón y reconozca que dichas formas de
hablar son incompatibles con su boquita de fresa.
Esa expresión es
reincidente en el pensamiento de la derecha. En relación con la clase obrera,
la derecha siempre ha pecado por obra y por omisión. Máxime si esta clase
obrera estaba estigmatizada por los adjetivos de roja, comunista,
revolucionaria y demás eufemismos derivados del maniqueísmo más obtuso.
Históricamente hablando, la derecha lo único que ha estado haciendo con la
clase obrera, parada o no, es joderla, por activa y por pasiva. ¿Qué fueron, si
no, los cuarenta años de franquismo, la representación de una obscena jodienda
de los rojos por parte de quienes ganaron la guerra civil?
En cierto modo,
el grito de esa galopina del franquismo en el Parlamento, quizás, sea el
tenebroso recordatorio de esa historia inmediata en que la derecha jodió cuanto
quiso y más a quienes, desprovistos de cualquier poder, padecieron sin cuento
la dictadura…
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